1. EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE TIENE VIDA ETERNA.
Jesús, continúa el gran discurso pronunciado en
Cafarnaúm. En él, nos explica cuidadosamente, en forma muy explicita, con una
claridad admirable la Eucaristía. Se repiten algunos conceptos ya antes dichos,
pero con un nuevo matiz, con un cambio notable, ya no dice el que cree, sino
que el que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida Eterna.
En el fragmento anterior de este Evangelio, Jesús se proclama a sí mismo: Yo
soy el pan de vida. (Jn 6, 48). Es pan de vida, en el sentido que El causa y
dispensa esta vida: Les dijo Jesús: "Yo soy el pan de la vida. El que venga a
mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed." (Jn 6,35) En
este mismo Evangelio, fragmento anterior, “Nuestros padres comieron el maná en
el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer." (Jn V30.31) los
judíos le habían hecho ver o debatir el prodigio del maná, que Dios hizo en
favor de los padres en el desierto. Y Jesús recoge ahora aquella alusión para
decirles, una vez más, que aquel pan no era el pan verdadero: “Jesús les
respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del
cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo." (Jn 6,32). Pero
este era sólo un alimento temporal. Por eso, los padres comieron de él, pero
murieron.
2. YO SOY EL PAN VIVO BAJADO DEL CIELO.
Hay, en cambio, un pan verdadero. Y éste es el que está bajando
del cielo, precisamente para que el que coma de él no muera. No morirá en el
espíritu, ni eternamente en el cuerpo. Porque este pan postula la misma
resurrección corporal.
Es interesante notar la formulación del versículo 58. Jesús ahora no dice: “Yo
soy el pan vivo” sino “Este es el pan bajado del cielo” (Jn 6,58), con lo que
se palpa muy de cerca la fórmula de la consagración eucarística: “Este es mi
cuerpo.”
Y este pan hasta aquí aludido encuentra de pronto su concreción: Yo soy el pan
vivo bajado del cielo. Antes “Yo soy el pan de la vida.” (Jn 6,48) se definió
como el Pan de vida, acusando el efecto que causaría ser comido y masticado en
el alma. Ahora se define por la naturaleza misma viviente. Es decir, tiene en sí
mismo la vida: "Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha
dado al Hijo tener vida en sí mismo" (Jn 5:26).
3. EL QUE COMA DE ESTE PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE
Y la tiene, porque ese pan es el mismo Jesús, que bajó del cielo
en la Encarnación, cuyo momento histórico en que se realizó esa bajada se acusa
por la forma como los dice. Es el verbo que tomó carne. Y al tomarla, es pan
vivo. Porque es la carne del Verbo, en quien, en el principio, ya estaba la
vida (Jn 1:4) que va a comunicar a los seres humanos.
Si ese pan es viviente, no puede menos de conferir esa vida y vivificar así al
que lo recibe. Y como la vida que tiene y dispensa es eterna, se sigue que el
que coma de este pan vivirá para siempre, porque tendrá Vida eterna. El tema,
una vez más, se presenta, según la naturaleza de las cosas, sapiencialmente,
sin considerarse posibles deserciones o abandonos que impidan o destruyan en el
sujeto esta vida eterna: "El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho
fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”(Jn 15:1-7).
4. EL PAN QUE YO DARÉ ES MI CARNE PARA LA VIDA DEL MUNDO.
Y aún se matiza más la naturaleza de este pan: el pan que yo
daré es mi carne para la Vida del mundo.
Al hablarles antes del Pan de vida, que era asimilación de Jesús por la fe, se
exigía el venir y el creer en El, ambos verbos en participio de presente, como
una necesidad siempre actual: “Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El
que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.”(Jn
6, 35); pero ahora este Pan de vida se anuncia que él lo dará en el futuro. Es,
se verá, la santa Eucaristía, que aún no fue instituida. Un tiempo después de
esta promesa, este pan será manjar que ya estará en la tierra para alimento de
los seres humanos. Con ello se acusa la perspectiva eclesial eucarística.
Éste pan es, dice Jesús, mi carne, pero dada en favor y en provecho de la vida
del mundo. Este pasaje es, doctrinalmente, muy importante.
Se trata, manifiestamente, de destacar la relación de la Eucaristía con la
muerte de Jesús, como lo hacen los sinópticos y Pablo. San Juan utilizará el
término más primitivo y original de carne.
Si la proposición vida del mundo concordase directamente con el pan, se
tendría, hasta por exigencia gramatical, la enseñanza del valor sacrificial de
la Eucaristía. Pero vida del mundo ha de concordar lógicamente con mi carne, y
esto tanto gramatical como conceptualmente.
5. ES LA CARNE DE JESÚS
Pero ya, sin más, se ve que esta carne de Jesús, que se contiene
en este pan que Jesús dará, es la carne de Jesús; pero no de cualquier manera la carne de Jesús como estaba en su nacimiento, sino en cuanto entregada a la
muerte para provecho del mundo, mi carne para la Vida del mundo es la
equivalente, y está muy próxima de la del relato de Lucas: “Tomó luego pan, y,
dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado
por vosotros; haced esto en recuerdo mío.”(Lc 22, 19), o como lo relata Pablo:
“Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.” (1 Cor
11, 24).
Aquí Jesús no habla de la entrega de su vida sino de la entrega de su carne.
Podría ser porque se piensa en la participación del cuerpo y sangre en el
banquete eucarístico, o porque se piensa en la unidad del sacrificio
eucarístico/Calvario.
6. EL PAN QUE JESÚS DARÁ ES LA EUCARISTÍA.
Y ésta, para San Juan, es el pan que contiene la carne de Jesús.
En el uso semita, carne, o carne y sangre, designa el hombre entero, el ser
humano completo. Aquí la Eucaristía es la carne de Jesús, pero en cuanto está
sacrificada e inmolada por la vida del mundo Precisamente el uso aquí de la
palabra carne, que es la palabra aramea que, seguramente, Jesús usó en la
consagración del pan, unida también al el pan que yo daré, es un buen índice de
la evocación litúrgica de la Eucaristía que San Juan hace con estas palabras.
Si por una lógica filosófica no se podría concluir que por el solo hecho de
contener la Eucaristía la carne de Jesús inmolada no fuese ella actualmente
verdadero sacrificio, esto se concluye de esta enseñanza de San Juan al valorar
esta expresión tanto en el medio ambiente cultual judío como grecorromano.
7. ¿CÓMO ESTE HOMBRE PUEDE DARNOS A COMER SU CARNE?
Ante la afirmación de Jesús de dar a comer un pan que era
precisamente su carne, los judíos no sólo susurraban o murmuraban como antes,
al decir que bajó del cielo: Los judíos murmuraban de él, porque había dicho:
“Yo soy el pan que ha bajado del cielo.” (Jn 6, 41), sino que, ante esta
afirmación, hay una protesta y disputa abierta, acalorada y prolongada entre
ellos, como lo indica la forma imperfecta en que se expresa: ¿Cómo este hombre
puede darnos a comer su carne? Esto sugiere acaso, más que un bloque cerrado de
censura, el que unos rechazasen la proposición de comer ese pan, que era su
carne, como absurda y ofensiva contra las prescripciones de la misma Ley por
considerársela con sabor de antropofagia; mientras que otros pudiesen opinar:
“Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras
de vida eterna” (Jn 6:68) llenos de admiración y del prestigio de Jesús; el
que no se hubiesen entendido bien sus palabras; o que hubiese que entenderlas
en un sentido figurado y nuevo, como lo tienen en el otro discurso: "¿No dice la
Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el
pueblo de donde era David?" (Jn 7:42)
Preguntaban despectivamente el cómo podía darles a comer su carne. ¡El eterno
cómo del racionalismo! Ante este alboroto, Jesús no sólo no corrige su
afirmación, la atenúa o explica, sino que la reafirma, exponiéndola aún más
clara y fuertemente, con un realismo máximo. La expresión se hace con la
fórmula introductoria solemne de "Les aseguro que ...", y luego les agrega "... si
no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en
ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día."
8. LA NECESIDAD DE COMER Y BEBER LA CARNE Y SANGRE DE JESÚS
La doctrina que aquí se expone es por una parte la necesidad de
comer y beber la carne y sangre de Jesús; por otra, porque sin ello no se tiene
la vida eterna como una realidad que ya está en el alma: “pero el que beba del
agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se
convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn 4:14.23), y que sitúa ya al alma en
la vida eterna, y finalmente y como consecuencia de la posesión de la vida
eterna, que esta comida y bebida confieren, se enseña el valor escatológico de
este alimento, pues exigido por él, por la vida eterna por él conferida, Jesús,
a los que así hayan sido nutridos, los resucitará en el cuerpo en el último
día.
La enseñanza trascendental que aquí se hace es la de la realidad eucarística
del cuerpo y sangre de Jesús como medio de participar en el sacrificio de
Jesús: necesidad absoluta para el cristiano. Sacrificio que está y se renueva
en esta ingesta sacrificial eucarística.
9. EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE PERMANECE EN MÍ Y YO EN ÉL.
Como verdadera comida y bebida que son la carne y la sangre
eucarísticas de Jesús, producen en el alma los efectos espirituales del
alimento. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Es
una forma que aquí se usa para expresar esta presencia de Jesús en el alma, la
unión de ambos, tiene en los escritos de San Juan el valor, no de una simple
presencia física, aunque eucarística, sino el de una unión y sociedad muy
estrecha, muy íntima: "¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?
Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Jn 14:10.20), “Permaneced en mí, como yo en
vosotros.” (Jn 15:4.5), “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en
ti", que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú
me has enviado.” (Jn 17:21). Este es el efecto eucarístico en el alma: así como
el alimento se hace uno con la persona, así aquí la asimilación es a la
inversa: el alma es poseída por la fuerza vital del alimento eucarístico.
10. COMO YO, QUE HE SIDO ENVIADO POR EL PADRE QUE TIENE VIDA, VIVO POR EL
PADRE.
Luego Jesús nos dice: "Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene
vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí."
Así como Jesús vive por el Padre, del que recibe la vida: “Porque, como el
Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí
mismo” (Jn 5:26), así también el que recibe eucarísticamente a Jesús vive por
Jesús, pues El es el que le comunica, por necesidad, esa vida (San Juan 1.16; 15:4-7). El Padre es la fuente
de la vida que el Hijo goza; esta vida, difundiéndose luego a su humanidad,
constituye aquella plenitud de que todos hemos de recibir (San Juan 1:16). Así
el discípulo que se nutre del Pan de vida eucarístico se consagrará
enteramente, por ello, a promover los intereses de Jesús. Con esta
interpretación estaríamos en presencia de una noción nueva. Unido a Jesús en la
Eucaristía, el fiel se consagraría enteramente a promover los intereses de
aquel que se le da a él.
11. JESÚS ENSEÑABA TODO ESTO EN LA SINAGOGA DE CAFARNAÚM
Finalmente, san Juan ha querido precisar donde se dijo este discurso con
exactitud, Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm. Jesús enseñaba
todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm. Tal vez los hace, para certificar que
estas cosas se decían en reuniones públicas, no de una forma clandestina.
Los sacramentos nos comunican la gracia, la Eucaristía nos da a Jesucristo, el
mismo autor de la gracia, es así como la Eucaristía nos produce un efecto
admirable.
San Agustín, en una ocasión nos advierte: Al comer la carne de Cristo y beber
su sangre, nos transformamos en su sustancia.