La Misa

EL RITUAL Y EL MILAGRO DE LA MISA
Sus momentos y significados


ORDINARIO DE LA MISA

Ritos iniciales

ANTÍFONA DE ENTRADA DE PIE
Recibimos al sacerdote de pie, que se acerca al altar y lo besa. En el ara o altar hay reliquias de santos y representa el lugar donde se hacían los sacrificios. En el Antiguo Testamento se sacrificaban animales, pero desde la venida de Cristo, en el Nuevo Testamento, son incruentos. Si no se hubiera entonado canto alguno, se recita la antífona de
 entrada.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Todos se santiguan.
- Amén.

El Señor esté con vosotros.
O bien:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.
- Y con tu espíritu.

Si se está en Tiempo Pascual sería:
El Dios de la vida, que ha resucitado a Jesucristo, rompiendo las ataduras de la muerte, esté con todos vosotros.
- Y con tu espíritu.

El sacerdote lee la 'Antífona de entrada' de ese día.

ACTO PENITENCIAL
El sacerdote invita a los fieles al arrepentimiento:
Hermanos: Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados.

Tras un breve silencio, todos reconocen sus pecados con la oración:
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Llevando la mano al pecho, dicen:
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Luego prosiguen:
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor.

El sacerdote concluye con la absolución:
Dios todopoderos tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

El pueblo responde:
- Amén.

KYRIE
Siguen las invocaciones de desagravio que rezan alternadamente el sacerdote y los fieles:
Señor ten piedad.
- Señor ten piedad.
Cristo ten piedad.
- Cristo ten piedad.
Señor ten piedad.
- Señor ten piedad.

O bien:
Tú que has enviado a sanar los corazones afligidos:
Señor ten piedad.
- Señor ten piedad.
Tú que has venido a llamar a los pecadores:
Cristo ten piedad.
- Cristo ten piedad.
Tú que estás sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros:
Señor ten piedad.
- Señor ten piedad.

GLORIA
Si es festivo, acto seguido todos rezan El Gloria:
Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos,
te adoramos, te glorificamos, te damos gracias,
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso.
Señor, Hijo único, Jesucristo.
Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;
tú que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo,
atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre,
ten piedad de nosotros;
porque sólo tú eres Santo,
sólo tú Señor,
sólo tú Altísimo Jesucristo,
con el Espíritu Santo
en la gloria de Dios Padre. Amén.



ORACIÓN COLECTA
Concluido el himno, el sacerdote dice:
Oremos.
Entonces, recita la 'Oración Colecta' designada para el día, y al final el pueblo aclama:
- Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA SENTADOS

Los domingos se toma del Antiguo Testamento, excepto en el Tiempo Pascual, en que se toma de los Hechos de los Apóstoles. Si es costumbre, puede leer alguno de los asistentes. Al terminar:
Palabra de Dios.
- Te alabamos Señor.

SALMO RESPONSORIAL
También puede leer el Salmo que corresponda a ese día alguno de los asistentes. Hay una parte denominada Salmo Responsorial que el pueblo repite intercaladamente. Si es costumbre, los Salmos serán cantados.

SEGUNDA LECTURA
Sólo se hace una segunda lectura los domingos y las solemnidades. Al final, el que ha leído dice:
Palabra de Dios.
- Te alabamos Señor.
Seguidamente se canta o recita el Aleluya designado para ese día.

EVANGELIO DE PIE
El sacerdote, inclinado ante el altar, dice en voz baja:
Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio.
Después, en voz alta dice al pueblo:
El Señor esté con vosotros.
- Y con tu espíritu.
Lectura del Santo Evangelio según San []
- Gloria a Ti, Señor.
Una vez leído el Evangelio, el sacerdote dice:
Palabra del Señor.
- Gloria a Ti, Señor Jesús.
El sacerdote besa el libro, diciendo en voz baja:
Que las palabras del Evangelio borren nuestros pecados.

HOMILÍA SENTADOS
En este momento el sacerdote hablará sobre las cuestiones de doctrina que considere de interés. Debe decirse todos los domingos y fiestas de precepto. Al terminar es oportuno guardar un breve espacio de tiempo en silencio.

PROFESIÓN DE FE
DE PIE
Si es festivo, todos rezarán el Credo, en una de las dos formas:

Símbolo niceo-constantinoplano
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros los hombres,
y por nuestra salvación bajó del cielo,
Se inclina levemente la cabeza en señal de respeto.
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;
Se finaliza la inclinación de la cabeza.
y por nuestra causa fue crucificado en tiempos
de Poncio Pilato:
padeció y fue sepultado
y resucitó al tercer día según las Escrituras,
y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo
para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.

Símbolo de los apóstoles
Creo en Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
Se inclina levemente la cabeza en señal de respeto.
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de santa María Virgen,
Se finaliza la inclinación de la cabeza.
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitón de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

A continuación, se hace la 'Oración de los fieles' o preces, que son unas plegarias que el sacerdote o algún asistente va leyendo y el pueblo responde:
- Te rogamos, óyenos.



LITURGIA EUCARÍSTICA

El sacerdote presenta a Dios los dones del pan y del vino que, por la Consagración, se convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Esta parte se conoce como el 'Ofertorio'.

PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS SENTADOS
Al ofrecer el pan, el sacerdote dice:
Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros pan de vida.
Si el sacerdote lo ha dicho en voz alta, el pueblo aclamará:
- Bendito seas, por siempre, Señor.

El diácono o el sacerdote dice en voz baja mientras pone vino y un poco de agua en el cáliz:
El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.

Al ofrecer el vino, el sacerdote dice:
Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros bebida de salvación.
Si el sacerdote lo ha dicho en voz alta, el pueblo aclamará:
- Bendito seas, por siempre, Señor.

El sacerdote, inclinado, dice en secreto:
Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.
Mientras el sacerdote se lava las manos, dice en secreto:
Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.

El celebrante se va al centro del altar y, de cara al pueblo, dice:
Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
El pueblo responde:
- El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

El sacerdote lee la 'Oración sobre las ofrendas' prevista para ese día.

PLEGARIA EUCARÍSTICA DE PIE
El Señor esté con vosotros.
- Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón
- Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
- Es justo y necesario.

El sacerdote lee el Prefacio correspondiente a ese día, a cuyo término todos dicen:
- Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
A continuación, según la Plegaria eucarística que se siga, el sacerdote irá diciendo las oraciones previas a la Consagración.

CONSAGRACIÓN DE RODILLAS
El sacerdote, con claridad, pronuncia las palabras del Señor para consagrar el pan:
TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL,
PORQUE ESTO ES MI CUERPO,
QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS.

Igualmente, consagra el vino con las palabras:
TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL,
PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE,
SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA,
QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS
Y POR TODOS LOS HOMBRES
PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS.
HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.

Jesucristo Sacerdote, sirviéndose de las palabras de la Consagración pronunciadas por el sacerdote, convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. A continuación muestra al pueblo la Hostia consagrada y el Cáliz, y lo adora con un signo de reverencia.

El celebrante dice:
Este es el sacramento de nuestra fe.

DE PIE
El pueblo responde:
- Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!.

Continúan las oraciones propias de cada plegaria eucarística.
Al finalizar esta parte, el sacerdote toma la patena, con la Hostia consagrada, y el cáliz y, sosteniéndolos elevados, dice:
Por Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos.
El pueblo aclama:
- Amén.


RITO DE LA COMUNIÓN

Una vez que el sacerdote ha dejado el cáliz y la patena, dice:
Fieles a la recomendación del Salvador
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
O bien:
Llenos de alegría por ser hijos de Dios,
digamos confiadamente
la oración que Cristo nos enseñó:

- Padre nuestro que estás en el cielo
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue él solo:
Líbranos de todos los males, Señor
y concédenos la paz en nuestros días,
para que ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.

El pueblo concluye la oración aclamando:
- Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria,
por siempre, Señor.

El sacerdote, con las manos extendidas, dice en voz alta:
Señor Jesucristo,
que dijiste a tus apóstoles:
'La paz os dejo, mi paz os doy',
no tengas en cuenta nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra,
concédele la paz y la unidad.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
El pueblo responde:
- Amén.

El sacerdote, extendiendo y juntando las manos, añade:
La paz del Señor esté siempre con vosotros.
El pueblo responde:
- Y con tu espíritu.
Luego, si se estima oportuno, el diácono o el sacerdote añaden:
Daos fraternalmente la paz.
Y todos, según la costumbre del lugar se dan la paz.

El sacerdote deja caer en el cáliz una parte del pan consagrado, diciendo en secreto:
El Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna.
Mientras tanto se canta o se recita:
- Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
- Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
- Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.

El sacerdote reza la oración para la comunión.
Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.
El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado, lo eleva y lo muestra al pueblo, diciendo:
Este es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Y, juntamente con el pueblo, añade:
- Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme.

El sacerdote, después de comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, lee la 'Antífona de Comunión' que corresponde a ese día. Seguidamente, se acerca a los que quieren comulgar y mostrándoles el pan consagrado, dice a cada uno de ellos:
El Cuerpo de Cristo.
El que va a comulgar responde:
- Amén.

Después, con el pueblo sentado o de rodillas, tiene lugar la purificación, que es cuando se limpian la patena y el cáliz. Acto seguido, el sacerdote puede ir a la sede, o lugar destinado para sentarse.
Si se estima oportuno, se pueden guardar unos momentos de silencio o cantar un salmo o cántico de alabanza.

De pie en la sede o en el altar, el sacerdote dice:
Oremos.

DE PIE

Todos oran en silencio durante unos momentos. Luego el sacerdote dice la 'Oración después de la comunión' de ese día. El pueblo aclama:
- Amén.

Rito de Conclusión
Llegados a este momento, pueden hacerse, si es necesario y con brevedad, los anuncios o advertencias al pueblo. Luego tiene lugar la despedida. El sacerdote extiende las manos hacia el pueblo y dice:
El Señor esté con vosotros.
El pueblo responde:
- Y con tu espíritu.

El sacerdote bendice al pueblo, diciendo:
La bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espítiru Santo,
Todos se santiguan.
descienda sobre vosotros.

El pueblo responde:
- Amén.

Luego el diácono, o el mismo sacerdote, con las manos juntas, despide al pueblo, diciendo:
Podéis ir en paz.
El pueblo responde:
- Demos gracias a Dios.

El sacerdote besa con veneración el altar, como al comienzo y, una vez realizada la debida reverencia con los demás ministros que han intervenido en la celebración, se retira a la sacristía.

La Santa Misa ya ha terminado, los fieles pueden salir del templo si lo desean o seguir en lo que se denomina la 'Acción de Gracias', en la que cada uno, en oración íntima con el Señor, se dirige a Él con confianza, cariño y delicadeza por haberlo recibido en la comunión.




EL MILAGRO DE LA MISA

1ª PARTE: El Rito Penitencial

Algunas veces sentimos que no somos dignos de recibir a
Dios, que no somos dignos de su perdón y, es cierto. Nunca, nunca la persona humana podrá ser digna del todo a Dios. Es Dios quien nos hace dignos con su perdón.
En este momento de la Santa Misa todos nuestros pecados veniales quedan perdonados para ser dignos de recibir a Cristo en la eucaristía. Sabemos, por la doctrina de la Iglesia, que los PECADOS MORTALES sólo s
e perdonan en el SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN , pero todas nuestras imperfecciones, todas nuestras DEBILIDADES Y TODOS LOS PECADOS VENIALES quedan perdonados, quedan absueltos en este momento del ACTO PENITENCIAL . Las palabras que dice el sacerdote, son claras: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna”. El sacerdote después de rezar el Yo confieso con todo el pueblo, pide a Dios que otorgue su perdón a todos los fieles que participan en esa santa misa.

Frutos del acto penitencial


¿Cuáles son los frutos de este acto penitencial? En primer lugar, como hemos mencionado, perdona los pecados veniales. En segundo lugar, nos hace dignos de poder estar ante el Señor, de poder recibir la comunión. Y como consecuencia de estos dos frutos, y es lo que más tenemos que valorar, nos ayuda a mantenernos en una continua limpieza de nuestra alma. Transforma y regresa nuestra alma a su estado puro del día del bautismo o de la primera comunión. El alma que cada día hace con conciencia este acto penitencial es un alma totalmente entregada, totalmente encauzada y enfocada a Dios nuestro Señor.

Cada día volvemos a ser como nuevos, cada día nuestro corazón vuelve a estar totalmente limpio, totalmente enfocado, totalmente dedicado a Dios nuestro Señor.
No restes importancia a este acto, no estés distraído, no lo veas como simple requisito al inicio de la misa o para hacer después las lecturas. Valora el fruto, el gran milagro que se obra en esos momentos en tu alma cuando con sinceridad pones tus faltas en manos de Dios, cuando reconoces esas actitudes desviadas que Dios no quiere para ti. Ten la certeza de que Él te perdona, y de que sales de la santa misa con el alma totalmente limpia de tal manera que te mantienes con la integridad de tu bautismo, de la primera comunión. Habrá habido malas experiencias, habrá habido caídas el día anterior pero tu alma vuelve a encontrarse como nueva ante Dios nuestro Señor, digna de poder recibir a Cristo.


2ª PARTE: La liturgia de la Palabra

Después de ponernos en la presencia de la Santísima Trinidad y de pedir perdón por nuestros pecados sigue una de las partes fundamentales de la Santa Misa: la liturgia de la palabra.

Las Tres Lecturas

La liturgia de la palabra pretende recordar la historia de la salvación, es decir, revivir todo el esfuerzo que Dios continuamente ha hecho y está haciendo para salvar a los hombres.

En la primera lectura se recuerda ordinariamente la historia del pueblo de Israel; en la segunda la historia de la Iglesia inicial y, como centro, en la tercera lectura, se trae a la memoria la vida de Cristo, la historia de la vida de Cristo que es el centro de toda la historia de la salvación.

Como saben ustedes, los días entre semana se tiene nada más una de las dos primeras lecturas, o bien es del antiguo testamento, es decir, la historia del pueblo de Israel o la historia de la Iglesia, que corresponde al nuevo testamento.

Por tanto, uno de los propósitos de la liturgia de la palabra es recordar, tener siempre presente las maravillas realizadas por Dios, producto de los continuos actos de amor de Dios nuestro Señor durante la historia.


Palabra de Dios, palabra viva

Sin embargo, lo más importante durante la liturgia de la palabra, es tomar conciencia de que lo que escuchamos es realmente palabra de Dios. Una palabra que no fue sólo inspirada y escrita por unos hombres hace siglos sino que vuelve hoy a dirigirse a mi alma, a interpelar a cada una de las personas presentes en la misa. No es una palabra que Dios pronunció en el pasado y ahora nosotros debemos hacer un esfuerzo para aplicarlo a nuestra vida. No, es una palabra que hoy Dios vuelve a pronunciar, vuelve a decir a cada uno que escucha con atención. Ese es el misterio de la Biblia, de las Sagradas Escrituras. Es una palabra viva, una palabra inspirada, inspirada en el pasado pero también que inspira en el momento actual a aquellas personas que la escuchan, a aquellas personas que abren su corazón.

Por lo tanto, en esta parte de la misa no sólo estamos escuchando una historia pasada, estamos escuchando lo que Dios quiere de cada uno de nosotros en el día de hoy. Si tienes el corazón abierto durante la santa misa, Dios te hablará a través de su palabra.

Actitud ante la Liturgia de la Palabra
Teniendo en cuenta esta realidad, debemos asumir dos actitudes en este momento de la Liturgia de la Palabra:

En primer lugar es necesario una actitud de apertura, de humilde escucha durante toda esta parte de la misa y vencer la tentación de prestar atención exclusiva a la homilía, (“a ver si cuenta algo interesante este padre”, “a ver si es mejor que el otro”), porque Dios habla a través de todas las lecturas y se vale de ellas para dejar en tu alma el mensaje que Él desea. Si estás distraído, si no prestas atención a lo que Dios te insinúa, a la palabra que puede mover o cambiar tu alma, pasarán las lecturas y saldrás de misa y no recordarás ni cuáles fueron las lecturas. Hace falta atención, hace falta esa actitud de escucha, hace falta esa apertura de nuestra alma para ver qué es lo que Dios nos quiere decir.

Y en segundo lugar, obrar, llevar a la práctica lo que Dios te inspira. Eso que Dios te dice tiene un motivo y una finalidad. Cuántas veces estás algo confundido y, de repente, un evangelio te vuelve a la luz, te hace entender lo que está pasando. Otras veces Dios puede estar invitándote a fortalecer una virtud para prepararte para algo que te pedirá después. El conoce como nadie tu vida y sólo Él puede hablarte de lo que necesitas.

Por tanto, no quedarnos en la superficialidad de “qué bien habló el padre, qué buenas reflexiones nos hizo, qué Evangelio más bonito”, sino estar atentos para descubrir qué quiso Dios inspirarme para, sabiéndolo, ponerlo en práctica. Dios me está dando la indicación, Dios me está dando una sugerencia. Su amor, que quiere lo mejor para mí, me está inspirando lo que debo hacer.

Es conveniente salir de la liturgia de la palabra con un compromiso: obedecer, poner en práctica lo que Dios me ha indicado .


3ª PARTE: El Ofertorio

Después de la liturgia de la palabra viene la segunda gran parte de la Santa Misa, quizás la más importante, que comienza con el acto de las ofrendas.

Esta parte nos invita a reflexionar, en primer lugar, sobre la necesidad de ser nosotros mismos una ofrenda para Dios nuestro Señor. Dios puede actuar como quiera, cuando quiera, y con los instrumentos que quiera, pero ordinariamente se vale de la colaboración libre de 
los hombres para realizar sus designios. Así ocurre con el sacramento de la Eucaristía. El ofertorio no es el ofrecimiento de Cristo sino el nuestro. Tomamos los elementos que hemos recibido de Él y los llevamos al altar para que, a partir de ellos, Dios logre el milagro de la eucaristía. Nuestra ofrenda es indispensable, sin ella Dios nunca podría realizar la consagración. Si el pan y el vino no estuvieran en el altar Dios no podría hacerse hombre nuevamente, no podría volver a realizar su muerte y su pasión delante de nosotros. El necesita nuestra ofrenda, necesita que llevemos el pan y el vino.


Es impresionante contemplar en este sentido, cómo Dios nuestro Señor, “ata” Su libertad a la nuestra, cómo Él deja de ser libre para que nosotros lo seamos. Él se “esclaviza” para darnos la libertad. Y esto no sólo sucede en la eucaristía. En la medida en que nosotros nos prestemos a Dios, en esa medida Él podrá encarnarse en nosotros haciéndonos verdaderos apóstoles, verdaderos educadores de los hijos, verdaderas manifestaciones del amor de Dios hacia nuestro cónyuge. De igual modo para que Cristo pueda hacerse cuerpo y sangre sobre el altar, necesita que hagamos la ofrenda del pan y del vino, respeta nuestra libertad y quiere que con y por amor seamos nosotros quienes nos ofrezcamos.

El Ofertorio nos invita, asimismo, a reflexionar sobre la desproporción que existe entre nuestra ofrenda y los beneficios, el intercambio que hace Dios nuestro Señor. Nosotros ofrecemos un pedazo insignificante de pan, con él sería imposible alimentarnos (ni siquiera físicamente) y, sin embargo, con esa ínfima materia Dios logra el gran milagro de hacerse presente, de bajar del cielo y hacerse nuevamente realidad en este mundo. Logra el gran milagro de venir como Dios a nuestra alma. Es la desproporción entre la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios, nosotros no podemos ofrecerle más que pequeñas cosas, Él sin embargo, nos entrega todo lo que Él es, la totalidad de su poder, de su fuerza, la grandeza de su dignidad.

Actitud ante el Ofertorio

Partiendo de la necesidad de ser nosotros una ofrenda y de la desproporción en el intercambio que Dios hace se siguen dos consecuencias prácticas:


Debes convertir tu vida, todo tu día, en una ofrenda, no te contentes con poner sobre el altar sólo el pan y el vino, ofrece en ese momento tus pequeños sacrificios, tus incomodidades, esas obligaciones que te cuestan o que haces con ilusión; tu esfuerzo por vivir la caridad, la humildad y todas las virtudes; entrégate a Dios en el ofertorio, tus oraciones y tu apostolado consciente que desde tu pequeñez y con tu esfuerzo Él hará grandes cosas. Ten confianza, el fruto de tu apostolado será grande, el fruto espiritual de tu oración será inmensurable. Dios lo habrá multiplicado porque tú, sin abandonar la lucha, supiste dejarlo todo en sus manos.

El momento del ofertorio no es nada más la procesión de las ofrendas, unida al canto que suele hacerse, sino que es, sobre todo, esa actitud de poner mis pequeñas cosas de todo el día en manos de Dios, en esa patena, con la certeza de que Él me lo va a multiplicar en una grandeza de frutos espirituales y apostólicos.
Pon todo tu día en la santa misa y haz, asimismo, una misa de todo el día. Convierte cada minuto de tu vida en una ofrenda. Alegría, sorpresa, emoción, asombro, dolor o amargura confiados en el corazón de Cristo se tornan en eslabones de santidad. Si tú sabes ofrecer al Señor una pena, un momento de soledad o de aflicción, Él no sólo aliviará la carga sino que hará que, a través de ella, tu alma se purifique y vaya, poco a poco, a su lado, alcanzando la santidad. Por eso, no sólo pongas tu día en la misa sino haz de todo el día una misa. Ten la certeza de que por pequeño que sea lo que ofrezcas lo recibirás multiplicado por Dios, redoblado en grandeza. Ésta es siempre una característica de su intercambio.

Cuando vino el Ofertorio, de pronto la Virgen dijo: "¡Observa!...Visión mística de Catalina Rivas ..nuestros angeles guardianes.

"Empezó a llenarse la Iglesia de gente, de seres hermosos, con una luz en sus rostros- a ver si puedo describirlo – estaban con albas blancas largas, unos seres altos hermosos....tenían rasgos femeninos de tan bellos, unos con el pelo largo , unos con el pelo corto, unos con cabellos lacios, otros con cabellos crespos, morenos, rubios, pero con rostros muy hermosos, muy, muy hermosos.

Se pusieron en la fila del centro y empezaron a acercarse al Altar.... unos llevaban como una patena, algo que brillaba mucho....... se acercaban felices... otros tenían las manos caídas y no tenían nada en las manos y detrás iban otros cabizbajos, con las manos juntas en oración, pero muy tristes, como avergonzados" . -Dijo la Virgen:

"Son los ángeles de la guarda de cada uno de los que están aquí.....es el momento en que llevan sus ofrendas al Altar de Dios......para unirse con la ofrenda que hace el sacerdote del vino y del agua, del pan que después tendrá que convertirse en el Cuerpo y la Sangre del Señor."

Se convierte también vuestra ofrenda en una ofrenda de amor, porque ustedes en sí mismos no tienen ningún mérito, porque son criaturas miserables, pero vuestros ofrecimientos, vuestras peticiones, vuestras ofrendas a Dios Padre unidas al Sacrificio Redentor de Jesucristo, unidas a su Cuerpo en ese momento, de la Transubstanciación, tienen un valor inmenso ante Dios Padre.......solamente así se justifica vuestro paso por la tierra...por los méritos de Jesús".-

"Los ángeles que tienen las manos abajo son los de las personas que no tienen nada que pedir ni nada que ofrecer.....¡La Misa tiene un valor infinito! – ¡entiéndanlo bien!.....Ustedes no saben el valor que tiene una Misa!. Eso lo van a comprender el día que estén al otro lado."...

.¡Pidan por todo!....Pidan por ustedes, pero no sean egoístas, acuérdense de los pobres, de los necesitados, de los pecadores, de los políticos que no hay quien rece por ellos.....acuérdense de la gente que está sufriendo en las cárceles, lo enfermos.......pidan, pidan mucho, pero también ofrezcan!...Porque eso le agrada al Señor......Ofrézcanse a ustedes mismos..... eso es lo que más agrada al Señor! Ofrézcanse ustedes mismos para que El haga" Su Voluntad "en ustedes, para que pueda transformarlos, para que pueda hacerlos otros Cristos!

Los ángeles que van cabizbajos con las manos juntas avergonzados, son los ángeles de aquellas personas que, aún estando en la Misa, están con la mente en cualquier parte, no están atentos, entonces los ángeles sienten vergüenza, porque esas personas no debería ni siquiera estar allá....no solamente no participan en la Misa, sino que están avergonzando a sus ángeles, a su ángel de la guarda y están ofendiendo al Señor.


4ª PARTE: El prefacio Eucarístico

Antes de llegar al momento central de la eucaristía, que es la consagración, en la santa misa hacemos una oración que llamamos prefacio.

Esta oración se introduce con una invitación a dar gracias al Señor, a la que todos respondemos. “Es justo y necesario”. La finalidad de esta oración, del prefacio, es agradecer a Dios todos los dones, todos los beneficios que a lo largo de la historia de la salvación nos h
a concedido. Este reconocer su grandeza, este reconocer sus obras conlleva dos actitudes.
En primer lugar una acción de gracias porque esas obras han sido realizadas de modo gratuito en nuestras almas para que nosotros podamos alcanzar la salvación.
Pero también el reconocer las grandezas de Dios conlleva una segunda actitud: la de alabanza. Y alabamos a Dios porque realmente esas obras son magníficas, esas obras son grandes, esas obras son realmente dignas de un Dios poderoso, de un Dios que ama.
Por ejemplo, uno de los prefacios de la Virgen María agradece y alaba a Dios porque “Ella, como humilde sierva, escuchó tu palabra y la conservó en su corazón, y admirablemente unida al misterio de la redención perseveró con los apóstoles en la plegaria mientras esperaban al Espíritu Santo y ahora brilla en nuestro camino como un signo de consuelo y de firme esperanza”. Y terminamos diciendo: “Por este don de tu benevolencia...”, es decir, el don de María, muestra del amor que nos tiene a toda la humanidad, “...proclamamos tu alabanza” por la belleza, por la grandeza de ese don que es María.

Esta actitud que expresamos en la Santa Misa es necesario también mantenerla durante toda la vida. Durante toda nuestra jornada tenemos que reconocer las continuas obras que Dios va realizando momento a momento, día a día, en nuestra vida y tenemos que saber agradecer todos esos actos. Debemos estar atentos para encontrar la mano de Dios que continuamente nos está ayudando, continuamente nos está guiando, continuamente está pensando cómo puede servirnos. Alabarlo, reconocer que todo lo que somos, lo somos gracias a Él, gracias a su amor, gracias a ese deseo que tiene de salvarnos. La conciencia de esta realidad debe ser el principal motivo para acercarnos a Él.
Este agradecimiento y esta alabanza no se hace nada más por el hecho de ser Él Dios. Es cierto que cualquier persona que ocupa un puesto de dignidad requiere y merece cierto respeto; al director de un colegio, al director de una empresa o al presidente de un país se les debe respeto por el puesto que ocupa. Dios, por ser quien es, merece todo nuestro respeto y adoración. Pero nuestro agradecimiento y alabanza a Dios se debe también a que Él ha hecho grandes obras en beneficio mío, yo estoy agradecido porque hasta su ser divino lo comparte conmigo, yo lo alabo por todo el bien que hace Él en mí. Es por eso que este agradecimiento y esta alabanza son justos y necesarios como decimos al inicio del prefacio.

Consecuencias prácticas

El prefacio de la misa comporta también consecuencias prácticas para nuestra vida. En primer lugar, prestar atención a esta parte de la misa para que en esos momentos reflexionemos y reconozcamos las grandezas de Dios que el sacerdote va diciendo en la oración y nos unamos a ese agradecimiento. Pero no agradezcamos solamente las obras que ha realizado en toda la humanidad sino también las obras concretas que ha hecho en mí, esas obras buenas que hizo el día anterior, esas gracias que el día anterior Él me ha concedido.
Y en segundo lugar, ver en nuestra jornada diaria la mano de Dios, notar cómo Él continuamente nos da su gracia, cómo continuamente nos ayuda, cómo nos cuida. Convierte tu día en una jornada de acción de gracias a Dios y en una acción de alabanza a Aquel que hace tantas obras grandes en nuestra vida sólo por amor.


5ª PARTE : La Consagración

(El momento más importante)

La consagración es el momento central, el culmen de la santa misa. Son tres las reflexiones que podríamos realizar sobre ese misterio.

Fomentar la fe

En primer lugar fomentar la fe ante el misterio que se obra delante de nosotros. Corremos el peligro de acostumbrarnos, de ver como normal el milagro que se realiza todos los días en manos del sacerdote. Escuchamos unas palabras, vemos que levanta la hostia,
que levanta el cáliz y tal vez en nuestro interior sentimos algo de fervor, cierto recogimiento, pero qué difícil es llegar a sentir y profundizar en la realidad que se realiza en ese momento. Esa realidad que es todo el misterio del Calvario: ¡Cristo vuelve a morir! Ahí está lo difícil de entender. Ese “vuelve”, no es un recordar; no es un repetir, no es escenificar teatralmente un hecho histórico. Lo realizado en el Calvario hace dos mil años es un hecho único y eterno que regresa al tiempo cada vez que se realiza la consagración. De este modo, la liturgia nos presenta realmente a Cristo que muere por nosotros, a Cristo levantado en la cruz, a Cristo que experimenta el abandono igual que hace dos mil años en el Calvario. Y eso se hace delante de nosotros, por cada uno de nosotros.
Nunca vamos a poder entender y a sentir totalmente este misterio. Es por eso muy importante pedirle al Señor en ese momento fe. Para ello, puede ayudar, en el momento de la consagración, la expresión de fe de santo Tomás: “Señor mío y Dios mío”. Señor soy consciente de que eres Tú el que está aquí, eres Tú el que está viniendo. Es todo un Dios, ese Dios que invade el mundo, que inunda todo el universo, el que baja a esta capilla, el que baja sobre este altar.

El Espíritu Santo actúa en la consagración


En segundo lugar, conviene darse cuenta de que esa acción es realizada por el Espíritu Santo. Antes de la consagración se dice la siguiente oración: “Por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros cuerpo y sangre de Jesucristo nuestro Señor”. La Iglesia pide al Espíritu Santo que realice esa transformación, que realice ese cambio, que realice el milagro de que nuevamente Cristo pueda morir y pueda quedarse en el pan. No nos olvidemos que en la actualidad es el Espíritu Santo el que obra toda la vida de la Iglesia, el que actúa en la Iglesia.

Valorar la fidelidad de Dios
La tercera reflexión consiste en valorar la fidelidad de Dios. El sacerdote en el momento de la consagración habla en primera persona, (el resto de la misa se expresa en tercera persona, como una oración a Dios): “Esto es mi cuerpo ... éste es el cáliz de mi sangre”. Es Cristo realmente el que actúa. Es un Dios fiel que al darse cuenta de las necesidades que tienes el día de hoy, al percibir tus angustias, tus problemas y tus deseos de mejorar, te dice: “veo que no puedes sólo, voy a morir por ti para que tu alma pueda superarse, para que tu alma tenga la fuerza de seguir adelante en este día”. Es una fidelidad de día con día. Dios hoy muere por ti, se compromete hoy por ti. No es un fideicomiso que creó Cristo hace dos mil años y del cual te sigues hoy beneficiando; no, es Cristo quien vuelve a morir porque se da cuenta que tú necesitas de Él.

Conclusiones prácticas

De estas tres ideas podemos sacar tres conclusiones prácticas para nuestra vida. En primer lugar fomentar la fe en la misa y en toda nuestra existencia. La acción de Cristo sobre nuestra alma es real.
En segundo lugar, prestar atención a la acción del Espíritu Santo en nuestra alma. Igual que el Espíritu Santo es el que obra la consagración, así el Espíritu Santo es quien obra también la transformación de tu alma. Escúchalo, pídele que siempre actúe en tu interior.
Y en tercer lugar, renovar nuestra fidelidad cada día. Si Cristo todos los días, dándose cuenta de tu situación, muere por ti, haz tú también lo mismo por Él: “yo, Señor, dándome cuenta de la necesidad que tú tienes de ser amado, de la necesidad que tienes de ser conocido, hoy también me entrego a ti, hoy también quiero que mi alma esté centrada en ti”. Que tu fidelidad sea igualmente, una fidelidad nueva, del día de hoy, que no viva de una renta, por inercia, de una entrega que decidiste algún lejano día, sino que en cada mañana se renueve con la ilusión y el entusiasmo de una entrega que no conoce la palabra ayer.


6ª PARTE: La aclamación Cristológica

La plegaria eucarística termina con una aclamación solemne: “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Después de pedir perdón a Dios por nuestras debilidades, después de ofrecerle nuestra vida, después de haberle agradecido en el prefacio todos los beneficios que durante la historia de la salvación ha otorgado a la
humanidad, después de haber presenciado el milagro de Dios bajando al altar, después de pedirle por nuestras necesidades, reconocemos y aclamamos todos en este momento que el único que realmente merece toda la gloria, el único que realmente merece todo el honor, todo el mérito, es Dios nuestro Señor.
Pero también estamos afirmando que todos nosotros los hombres, sólo podemos expresar esa gloria, manifestar ese honor, a través de Jesucristo.

Dar Gloria a Dios

“Por Cristo...”. El hombre no es capaz, por sí sólo, de dar completa gloria a Dios. Sólo Cristo, Dios hecho hombre, podía con su obediencia amorosa hasta la cruz tributar la alabanza y la gloria que Dios se merece. Nuestros actos, si son buenos, serán meritorios; pero ese mérito dará gloria a Dios si lo uno al único y eterno acto salvífico de Cristo. A través y gracias a la muerte y resurrección de Cristo todos nuestros actos pueden alcanzar la posibilidad de alabar y dar gloria a Dios. Mi obrar, mi fidelidad, mi oración y mi caridad, mis sacrificios y mis esfuerzos son agradables a Dios unidos al sacrificio de Cristo.

Acompañemos a Cristo

“...con Él...”. No dejemos que Cristo se ofrezca solo al Padre cada día sino que realmente lo acompañemos diariamente con nuestra entrega, con nuestro ofrecimiento. Que cada jornada sea una misa que ofrecemos a Dios junto con la misa que Cristo ofrece al Padre. No dejemos solo a Cristo para reparar todas las faltas de la humanidad, colaboremos con Él, unámonos a Él. Recuerda que Cristo, desde que se encarnó, se vale de la colaboración libre y responsable de los hombres para realizar sus designios. Él desea dar gloria a su Padre a través de la humanidad. Él espera que nosotros nos ofrezcamos, nos prestamos, para uniéndose a nosotros tributar la gloria que se merece su Padre. Él es el único que da verdadera y completa gloria a Dios pero necesita de nuestra colaboración.

Cristo es el fin de la vida

“...y en Él”. No solamente tiene que ser el amor a Cristo lo que nos mueva sino que todo lo que hagamos tiene que ser como si a Él se lo hiciéramos. La vivencia de la caridad y de todas las virtudes es meritoria sólo si Él es el fin del amor, del perdón, del servicio. Cuando amamos debemos buscar a Él y no a la persona a la que estamos expresando el amor. Yo amo a Cristo que está envuelto, que está revestido de esta persona; yo soy humilde con Cristo en esta persona en la cual se ha revestido; yo me esfuerzo y me sacrifico por Cristo en estos hijos, en este esposo en el cual Él se encuentra. Yo hago todo en Él, yo hago todo para Él. Él no solo es el motor, lo que me mueve sino que es el fin, todas mis acciones están encaminadas a acercarme más a Él, todo mi esfuerzo en la oración es para asemejarme a Él, toda mi lucha por crecer en las virtudes es para ser cada vez más imagen de Él. Cristo es también la meta, es también el fin de mi vida.

Esta aclamación centra todos los significados de las diversas partes de la misa recordándonos que nuestra gloria tiene que ser para Dios y que toda la gloria que nosotros le demos a Dios tiene que hacerse a través de Cristo. Y centra todo nuestro actuar recordándonos que Cristo es el principio, el camino y la meta de nuestra vida.



7ª  PARTE: Preparación para la Comunión

Antes de recibir la comunión, el rito de la Santa Misa coloca unas oraciones cuya finalidad es preparar, ultimar los detalles en esa alma que va a recibir al Señor en su corazón.
Y si nos damos cuenta, son tres las cosas que pedimos al Señor en ese momento:

Oraciones previas a la comunión
Evitar caer en el mal.

La primera es que nos evite caer en el mal, que no se fije en los pecados que hemos cometido y que nos evite caer en la tentación. Este es el contenido de frases como: “Perdona nuestras ofensas”, “No nos dejes caer en la tentación”, “Líbranos de todos los males”, “Que vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación”, “No tengas en cuenta nuestros pecados”, “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”.
Antes de recibir la eucaristía, pedimos al Señor que nos evite cualquier falta, que nos ayude siempre a evitar el mal para ser siempre lo más digno posible de recibir la eucaristía, para que Él pueda estar lo más feliz, lo más contento al entrar en nuestra alma.

Cumplir su voluntad

La segunda cosa que le pedimos en estas oraciones es que siempre nos ayude a cumplir su voluntad. Le rogamos que no sólo nos permita evitar el mal, lo cual sería un gran paso, sino que nos ayude a cumplir siempre su voluntad. Que el alimento que vamos a recibir nos ayude a ser siempre fieles a Él. Decimos por ejemplo: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, o también: “No tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia y conforme a tu palabra...”, es decir, pedimos adherirnos a esa palabra, a esos mandamientos del Señor. Asimismo, la oración que reza el sacerdote en silencio, dice: “Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que me separe de ti”. Todas estas oraciones se hacen con la intención de amar y seguir la voluntad de Dios.

La paz interior
Cuando un alma evita el pecado, evita el mal y cuando continuamente hace un esfuerzo por cumplir la voluntad de Dios, el fruto es la paz interior, esa serenidad interna. Esto es lo que pedimos en tercer lugar al Señor: “Concédenos la paz en nuestros días”, “Concédele la paz y la unidad”, “La paz del Señor esté siempre con vosotros”, “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz”.

Estas oraciones previas a la comunión reúnen prácticamente todos los frutos, las actitudes y los deseos fundamentales, expresados durante la santa misa: evitar el mal, cumplir la voluntad de Dios y, como fruto de ello, vivir con paz interior. Darnos cuenta que, en la vida ordinaria, lo verdaderamente importante es amar y cumplir la voluntad del Padre por encima de todas las cosas; esto exige evitar el pecado y como fruto produce la paz interior sinónimo de verdadera felicidad. No importa que tengamos problemas en la vida, no importa que tengamos dificultades, lo que tenemos que pedir al Señor es que a pesar de los problemas y en medio de las dificultades vivamos sin ofenderle, amando y cumpliendo su voluntad. Las adversidades, los contratiempos no son cosas malas, son simplemente elementos que van a hacer más meritorio el no caer en el pecado y el cumplir la voluntad de Dios. Cuando un alma sabe centrarse en estas dos cosas logra la paz interior. Podrán venir enfermedades, podrán llover difamaciones, podrán acechar adversidades inesperadas, pero el alma que únicamente se preocupa de cumplir la voluntad y no ofender a Dios, estará siempre en paz. Sin embargo, cuando el alma basa su vida espiritual en las cosas externas, en las circunstancias externas, le será más difícil mantener esa paz interior cuando alguno de esos elementos externos falten. Podrán haber en tu vida mil problemas, mil dificultades pero eso nunca te justificará el ofender a Dios o el evitar el camino de Su voluntad.
el evitar el camino de Su voluntad.




8ª PARTE : La Comunión

Llegamos en la Santa Misa al momento de la comunión. Es muy difícil entender lo que sucede en la comunión. Que Dios actúe, haga milagros, como el venir cada día convirtiendo el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre es algo grandioso; pero venir a nuestra alma, hacerse uno con nosotros, de una manera tan suave, tan fina, tan delicada es realmente un misterio maravilloso que cuesta entender, que cuesta valorar en toda su realidad.
 Darse cuenta que ese Dios que creó el mundo, ese Dios todopoderoso, ese Cristo que hizo tantos milagros, ese Cristo que fue capaz de morir en una cruz, que realmente sintió ese dolor, está dentro de mí, viene tal cual es a mi alma, está vivo en mi alma después de recibirlo en la comunión. Tomar conciencia que en ese momento somos realmente sagrados porque tenemos a Dios en nuestro interior. Son cosas que creemos, pero que nunca lograremos entender y valorar suficientemente en toda su magnitud.
Nunca podremos expresar en su totalidad lo que es la comunión pero sí podemos asomarnos ligeramente a ese misterio conociendo los frutos que esa venida de Cristo produce en nuestra alma.

Dios está conmigo

Si ya por el bautismo somos de Dios, con la comunión nos unimos íntimamente a Dios. Dios está conmigo, mi cuerpo, mi vida, se hace en esos momentos uno con el cuerpo y la vida de Dios. Igual que Dios está en el cielo así Dios está en mi interior. Y sin lugar a dudas ese Dios que está en mi interior no puede dejarme igual. Cada comunión me ayuda a mantener, renovar y acrecentar mi vida de gracia. Cada día me voy asemejando más a Cristo, cada día Él va trabajando y transformando mi alma. En la vida espiritual es necesario la lucha y el esfuerzo para superarnos en la virtud y encauzar los defectos del temperamento y las inclinaciones. Pero más importante es reconocer con humildad, que es Cristo, cada día en la comunión, quien transforma nuestra vida. Es Él quien logra que nosotros seamos mejores. Así, después de algún tiempo, aquella dificultad que nos era imposible vencer nos cuesta ya menos sacrificio, aquel contratiempo ya no lo es tanto. Ha sido Dios que ha transformado mi alma a través de la comunión.

Superar el pecado

Además de acrecentar nuestra unión con Dios y enriquecerla día a día, la comunión nos ayuda a superar el pecado. Logra que el demonio tenga menos cabida en nuestro interior, que la tentación aparezca con menos frecuencia en nosotros. Situaciones, circunstancias, imaginaciones, deseos que no dominábamos, poco a poco se superan con más facilidad hasta desaparecer de tu vida. Ha sido ese Dios que actúa en tu alma. ¡Déjalo actuar! Es Dios quien logra que las dificultades se hagan más fáciles. Ese Dios que por amor se hace tuyo, se hace uno con tu alma.

Unidad entre todos lo hombres

Otro fruto de la Comunión es la unidad entre todos los hombres, la unidad entre toda la Iglesia. ¡Qué hermoso es saber que cuando un familiar está alejado de nosotros por alguna circunstancia, yo, a través de la comunión, me uno a él! Cuando yo tengo a Cristo en mi interior estoy más cerca de ese esposo que está alejado de mí por un viaje, o de ese hijo o de ese familiar, porque Dios está con esa persona y, al estar yo con Cristo, estoy más cerca de él.
Lo mismo sucede con los enemigos: la comunión me une a ellos porque Cristo ama a esa persona, Dios ama a ese enemigo, Dios le ayuda y cuando yo recibo a Cristo me uno también a esa persona que me ha ofendido, estoy logrando que esa ofensa vaya desapareciendo, estoy haciendo que sea más fácil la unión, la reconciliación con él.
De igual modo la comunión permite la unión con los fieles difuntos. Si has perdido a un ser querido, en la comunión puedes unirte a él que está en el cielo. Si esa persona, ese difunto está unido a Dios, cuando Dios viene a mí, yo me uno a él.
No consideres esta unidad de modo teórico sino real. Tu alma se une con esos seres queridos que están alejados de ti a través de ese Cristo que yo recibo en mi alma porque Él está cerca de esas personas.

Si bien es difícil profundizar y entender el valor de que todo un Dios venga a tu alma y esté dentro de ti, el ver los frutos que produce te debe impulsar a recibir con más ilusión cada día la comunión.-


(Con nuestro agradecimiento, extraído del sitio de Facebook "Cómo Salvar 1000 Almas del Purgatorio" https://www.facebook.com/pages/COMO-SALVAR-1000-ALMAS-DEL-PURGATORIO/178359984482)

No hay comentarios:

Publicar un comentario